Cuelgo de una percha
inútiles pronósticos
y
cristales-pensamiento
sin nombre, ni fecha
exacta,
ni rostro definido.
Y los guardo en el
armario,
con cuidado,
no obstante,
en el lado de las
bragas
y las
sonrisas
descosidas,
a la espera de que
llegue
la mano firme de la
indiferencia
y haga su revisión
periódica
de stock
y tire lo que ya no
vale
por mí a la basura.
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